El complejo de Abel

Los sacrificios de Abel eran gratos al Señor, los de Caín en cambio, no eran propicios al Divino. Así, los seres humanos aprendemos en la infancia que hay buenos y malos, el blanco y el negro. Luego, crecemos sin madurar y los medios nos muestran solo a enardecidos representantes de posiciones extremas, cada una reclamándose depositaria de la verdad, regodeándose en su discurso radical y panfletario.
Así, desfilan ante nosotros temas delicados como el aborto luego de una violación o la pretensión de minorías sexuales de obtener reconocimiento legal, problemas que merecen una reflexión seria y razonada pero en cambio, encontramos el reiterado y mecánico dogma o eslogan, sin que nadie trate de negociar y acordar nuevas reglas, sencillamente porque vivimos en una sociedad donde no se reconoce ninguna validez a la posición intelectual del adversario.
La lógica es atroz: si yo tengo toda la razón, mi adversario no tiene ninguna, por tanto, resulta imposible tolerar su perorata, impensable negociar con él una posible solución y solo espero aplastarlo con votos o cambiar el sentido de la opinión pública victimizándome. Se trata de la total ausencia de la verdadera política.
El constitucionalista aprende que el ejercicio de los derechos casi nunca es  inequívoco, sino que enfrenta los derechos de otros grupos sociales. La política y los valores democráticos, nos enseñan que la solución parte por reconocer la legitimidad de los argumentos del contrario, para pasar a establecer las posibles soluciones a los problemas más fáciles de entender y, con ellas, seguir acercándose a los casos más controvertidos.
Por ejemplo, el derecho a la vida es siempre respetable, sea del concebido o  de la mujer embarazada, pero debe ponderarse cuando colisiona con otros derechos similares, mientras más grave sea el caso, más importante es que la razón aconseje incorporar diferentes perspectivas para encontrar soluciones eficientes, porque se trata de evaluar derechos contrapuestos, no verdades inmutables.
Las mejores soluciones legales podrán ser consideradas conservadoras o liberales, y siempre dejarán descontentos en los dos bandos, pero precisamente eso indicará que son válidas por ser fruto de un debate verdaderamente político o de un correcto ejercicio de ponderación.
En el debate de derechos no existe un Abel que tenga toda la razón ni un Caín que no tenga ninguna. La salud de nuestra democracia reclama que cada quien asuma su responsabilidad para evitar la polarización ficticia de la sociedad en torno a temas perfectamente opinables.

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