La política en los tiempos del Tinder


Los candidatos se preocupan por disparar propuestas que generen respaldo e identificación con grupos específicos de electores, las recogen de asesores y de focus group y las van enunciando como los antiguos escolares recitábamos la tabla del 7. No suele faltar quien encuentre graves contradicciones entre lo dicho 48 horas antes, no es que importe demasiado, ya no existe ideología ni programa, pues el electorado no los requiere, solo pide lo que necesita, satisfacer su deseo.
Los partidos políticos tradicionales no solo servían para entrenar personas y proponer a sus mejores elementos a los cargos de elección popular, eran sumamente útiles para lograr enmarcar un conjunto de propuestas de forma coherente en un programa político permanente, de modo que el elector no solo elegía a una persona, sino a una marca. No era tan importante la promesa del candidato, sino la posición política del partido en torno a cada tema importante, la misma que era difundida y conocida incluso años antes de cada campaña.
Se creaban así lazos de identidad permanentes entre el grupo político y sus fieles electores, quienes participaban con mas o menos convicción pero con plena conciencia de lo que su voto significaba, el compromiso de su representante con sus representados, y viceversa. La elección entonces, era un acto de responsabilidad.
Pero el Tinder político ha forzado al cambio de las reglas de seducción. Ni el elector ni el elegido desean un elaborado y tedioso flirteo programático ni un compromiso duradero. El apasionado deseo de hoy es equivalente al desinterés de mañana. Discutimos ardorosamente en redes sociales por un candidato, pero nada impide que la próxima semana estemos posteando en favor de otro, si juzgamos que las circunstancias así lo demandan. Los nuevos políticos se sienten cómodos con la situación, pues nadie percibe deslealtad si no hacen campaña por su candidato presidencial o si abandonan al grupo que los llevó al Congreso al mes de ocupar una curul.
Los electores también disfrutan de esta promiscuidad electoral, bastará cualquier frase desafortunada para cambiar de favorito, alguna medida impopular para desconocer al elegido.  Posiblemente nos basta la atracción para decidir a quien elegir, aunque sepamos poco o nada de su personalidad o de su pasado, importa su presente, que esté en buena forma, que sea interesante, que diga las frases correctas, pues solo se trata de una cita concertada para el domingo de elecciones.

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