La Democracia Interna, uno de los grandes mitos

En la década del 70, se combatía la oligarquía de los partidos políticos porque habían logrado trasladar el proceso de la decisión política a los gabinetes de jerarcas partidarios, grandes bosses, fuera del ámbito formal del Estado, de las asambleas parlamentarias y de las oficinas de los ministerios. Además, eran esas cúpulas las que decidían las listas de candidatos a todos los cargos de elección popular, obligando al militante común a obedecer a su alta dirigencia. Como los partidos políticos tenían monopolio en la misión  de ofrecer candidatos al electorado, la legitimidad de su selección forma parte en realidad, de todo el proceso electoral en su conjunto. Así, un instrumento valioso para quebrar su predominio fue la exigencia de mecanismos de democracia interna, forzando la elección de los candidatos de cada partido por la voluntad mayoritaria de sus militantes.
Pero el instrumento no es siempre eficaz para cumplir el compromiso de ofrecer candidatos convenientemente preparados por la dura vida partidaria, dotados de solidez emocional, con capacidad de negociar y con la fuerza para concretar sus proyectos venciendo resistencias. La lucha interna puede ser tan intensa que en los partidos organizados resulte triunfador un candidato poco idóneo, pues los valores del electorado pueden ser distintos que los de la militancia, normalmente concentrada en la pugna de pequeños intereses. El resultado puede ser un Donald Trump o un Bernie Sanders, personas con mucho apoyo interno pero que difícilmente pueden ganar las elecciones generales o, lo que es más peligroso, no reúnen la moderación necesaria para gobernar, que no es ejercicio del poder, sino el tomar docenas de decisiones complejas, desagradables  y graves a diario.
Tampoco funciona en las agrupaciones pequeñas, actualmente permitidas por la legislación peruana, porque se trata de un puñado de fundadores quienes detentan todos los poderes en una asamblea de juguete. Normalmente su incentivo es el alquiler de su inscripción en el registro de agrupaciones. Carecen de la capacidad de representar ideas y tan solo buscan a un aventurero con ansias de ser candidato. Su sola existencia en el registro distorsiona el endeble sistema de partidos, al cual se debe fortalecer con nuevas reglas políticas y electorales.  
Nadie espera que el CEO de Apple o del JPMorgan Chase sea elegido por todos sus trabajadores, ni siquiera en realidad por todos sus accionistas. La elección de quien ha de representar a una empresa, país, o partido político no puede quedar librada a los vaivenes e intereses de un grupo que desconoce las técnicas de la selección técnica y responsable. Es momento de repensar los instrumentos y considerar fórmulas mixtas, que a la voluntad de los auténticos militantes le sume calidad en la decisión.

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