¿Evaluación? No gracias

Un importante sector de izquierda es enemigo de las evaluaciones. Consideran que los empleados no deben ser sometidos a una evaluación de su desempeño porque, de alguna manera, medir su capacidad atenta contra sus derechos. Más importante que ser realmente útil es conservar el puesto de trabajo durante toda la vida. Por donde se mire,  hay maestros de escuela o empleados del ministerio, profesionales y secretarias, que desearían tener la propiedad de sus puestos indiferentemente a la eficiencia de su labor cotidiana. No les quita el sueño el beneficio del usuario o consumidor ya que, se supone, los sistemas y las entidades tienen por finalidad satisfacer los intereses de los ciudadanos y no al revés.
Aplauden cuando descubren que en Finlandia o en algún otro rincón del mundo, anuncian que no se tomarán exámenes en los colegios. Aspiran eliminar los puntajes, las medallas, los cuadros de honor. En cuanto pueden, prohiben los exámenes de destreza y habilidad para acceder, por ejemplo, a las plazas disponibles en algún kínder o colegio, prefieren que el ingreso se decida por cualquier otro criterio que no tenga relación con la mayor o menor capacidad del postulante. Sostienen que eso atentaría contra su interpretación del principio de igualdad.
La meritocracia tiende a exponer las diferencias entre las personas, entonces debe ser suprimida o cuando menos matizada: si hay un aumento de sueldo, que sea para todos sin excepción y en la misma proporción. En el pensamiento igualitario, lo colectivo debe predominar sobre lo individual. El aula de clase debe avanzar de acuerdo al grupo más lento en aprender y, de ser posible, se deben suprimir las notas desaprobatorias como lo pretendiera la revolución educativa de Velasco Alvarado en los 70s.
Lo cierto es que cada ser humano tiene en sus manos construir su destino en función al aprovechamiento de sus habilidades y a la superación de sus deficiencias. La clave es el esfuerzo personal, la ética del trabajo, la dedicación al estudio, la renuncia a las distracciones, la iniciativa y la creatividad. El mundo verdadero y real, no aquel que nos ofrece la teoría socialista, suele premiar el esfuerzo con el éxito, cualquiera sea su definición. Por ello todos debemos ser evaluados. Ese éxito depende del grado de utilidad que haya tenido para nuestros semejantes el producto que les hayamos ofrecido y entregado.

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